El_ascensor
Ascensor_para_estrellas
Ascensor para las estrellas
Cuando Romulito tenía dieciocho años entró a trabajar como mozo en la pizzería “Italia”.
Le encargaban los servicios a domicilio.
Durante todo el día corría arriba y abajo por las calles y escaleras, llevando en equilibrio bandejas cargadas de deliciosas pizzas, bebidas, papas fritas y otros comestibles.
Una mañana telefoneó a la pizzería el inquilino 14 del número 103: quería una pizza napolitana y una bebida grande.
– Pero inmediatamente, o lo echo por la ventana – añadió con voz ronca el marqués Venancio, el terror de los mozos a domicilio.
El ascensor del número 103 era de aquellos prohibidísimos, pero Romulito sabía cómo burlar la vigilancia de la portera,
que dormitaba en su mostrador: logró meterse en el ascensor, cerró la puerta,
pulsó el botón del quinto piso y el ascensor partió crujiendo.
Primer piso, segundo, tercero. Después del cuarto piso, en lugar de aminorar su marcha,
el ascensor la aceleró y cruzó el rellano del piso del marqués Venancio sin detenerse,
y antes de que Romulito tuviera siquiera tiempo de asombrarse.
Toda Roma yacía a sus pies y el ascensor subía a la velocidad de un cohete hacia un cielo tan azul que parecía negro.
Con la mano izquierda continuaba sosteniendo en equilibrio la bandeja con la consumición,
lo cual era más bien absurdo considerando que alrededor del ascensor se extendía ya a los cuatro vientos el espacio interplanetario, mientras la Tierra, allá abajo, al fondo del abismo celeste, rodaba sobre sí misma arrastrando en su carrera al marqués Venancio,
que estaba esperando la pizza napolitana y su bebida grande.
– ¡Córcholis! – exclamó –. Estamos aterrizando en la Luna. ¿Qué estoy haciendo yo aquí?
Los famosos cráteres lunares se acercaban rápidamente. Romulito corrió a apretar alguno de los botones de la caja de mandos con la mano libre, pero se detuvo:
– ¡Alto! – Se dijo antes de pulsar un botón cualquiera –, reflexionemos un momentito.
Examinó la hilera de botones. El último de abajo llevaba escrita en rojo la letra “P”, que significa “Planta baja”, o sea la Tierra.
– ¡Probemos! Suspiró Romulito.
Pulsó el botón de la planta baja y el ascensor invirtió inmediatamente su ruta.
Pocos minutos después volvía a atravesar el cielo de Roma, el techo del número 103,
el hueco de las escaleras, y aterrizaba junto a la conocida portería, donde la portera,
ignorando aquel drama interplanetario, seguía dormitando.
Romulito salió precipitadamente, sin detenerse siquiera para cerrar la puerta. Subió las escaleras a pie. Llamó al número 14 y escuchó cabizbajo y sin respirar las protestas del marqués Venancio:
- Pero bueno, ¿dónde te has metido en todo este tiempo?
¿Sabes que desde que he ordenado esa maldita pizza napolitana y bebida grande han transcurrido catorce minutos?
Si Gagarin hubiera estado en tu lugar, habría tenido tiempo de ir a la Luna.